‘Estamos solos’: muchos sobrevivientes del terremoto no esperan ayuda de las autoridades haitianas
TOIRAC, Haití — La destrucción estaba en todas partes. La ayuda, en ninguna parte. Días después de que un terremoto de magnitud 7,2 devastara …
TOIRAC, Haití — La destrucción estaba en todas partes. La ayuda, en ninguna parte.
Días después de que un terremoto de magnitud 7,2 devastara parte de la península al sur de Haití, la aldea de Toirac, situada en la ladera de una colina, aún no había recibido la visita de ninguna autoridad de emergencia o grupo de ayuda.
El sábado, al menos 20 habitantes de Toirac murieron mientras asistían a un funeral en una iglesia que se desplomó por el terremoto, según afirman los sobrevivientes.
Con la ayuda de los Boy Scouts, los habitantes de Toirac desenterraron a sus seres queridos, los enterraron en fosas comunes y construyeron refugios improvisados mientras la tormenta tropical Grace caía sobre la zona con fuertes lluvias que provocaron inundaciones y deslizamientos de tierra. Los vecinos utilizaron piezas rescatadas de sus casas derrumbadas.
“No espero ninguna ayuda, estamos solos”, dijo Michel Milord, un agricultor de 66 años de Toirac, que perdió a su esposa y su casa en el terremoto. “Aquí nadie confía en este gobierno”.
Al menos 2189 personas murieron y más de 12.000 resultaron heridas en el terremoto, que causó enormes daños en una zona en la que viven alrededor de 1,5 millones de personas. Está a unos 128 kilómetros al oeste de la capital, Puerto Príncipe, que sigue marcada por un sismo que se produjo hace más de 11 años en la misma falla y que mató a cerca de un cuarto de millón de personas.
Las Naciones Unidas, Estados Unidos y una serie de grupos de ayuda internacional se han movilizado para enviar ayuda, pero los esfuerzos han sido irregulares y limitados, limitándose principalmente a proporcionar asistencia médica urgente y suministros básicos a los principales centros de población cercanos a las pistas de aterrizaje.
La única carretera que une Puerto Príncipe con la zona afectada —normalmente un trayecto de cuatro horas— sigue plagada de violencia de pandillas, lo que ha hecho fracasar algunas entregas de ayuda. Los transportes aéreos se retrasaron debido a la tormenta tropical Grace, que pasó por Haití el lunes. Según los residentes locales, algunos suministros de ayuda destinados a las comunidades montañosas más remotas nunca llegaron a su destino, ya que fueron requisados en el camino.
Y el gobierno haitiano, que prometió centralizar y coordinar los esfuerzos de ayuda, en gran medida ha estado ausente de las comunidades afectadas.
El asesinato del presidente Jovenel Moïse, sucedido el mes pasado, sumió al país en el desorden. Ahora, Haití enfrenta las consecuencias del terremoto sin un presidente, un parlamento que funcione o un jefe del Tribunal Supremo. El gobierno provisional que asumió el poder tras la muerte de Moïse carece de experiencia política, dinero y legitimidad a los ojos de la mayoría de los haitianos.
El nuevo primer ministro, Ariel Henry, recorrió la zona afectada al día siguiente del terremoto, pero no tuvo mucho que ofrecer a los desesperados residentes, aparte de palabras de consuelo. Como muestra de los limitados recursos de Haití, Henry tuvo que viajar en un avión prestado por la fuerza aérea de la vecina República Dominicana.
El pequeño aeropuerto de Les Cayes, principal fuente de suministros para la zona del terremoto, bullía esta semana con grupos de ayuda y trabajadores de emergencia extranjeros. No había ni rastro de funcionarios ni aviones gubernamentales.
Cuando se le preguntó dónde encontrar a los funcionarios estatales, un líder político local y exsenador, Hervé Fourcand —que usó su propia avioneta para poner a salvo a las víctimas heridas del terremoto— se alejó en silencio de un reportero de The New York Times.
El gobierno ha dicho que centralizará toda la entrega de ayuda en Puerto Príncipe bajo nuevas órdenes dadas a una agencia gubernamental, el Centro Nacional de Operaciones de Emergencia, para evitar los errores cometidos durante el terremoto de 2010. La falta de coordinación en las primeras semanas de esa catástrofe dejó acopiadas en Puerto Príncipe montones de ayuda que se necesitaba con urgencia.
Sin embargo, el miércoles no estaba claro si la nueva agencia estaba recibiendo o coordinando alguna entrega. La oficina del primer ministro dirigió las preguntas sobre el esfuerzo de ayuda al ministro del interior, que no estaba localizable para hacer comentarios. El ministro de comunicación de Haití, Jean Emmanuel Jacquet, dijo a última hora del miércoles que la agencia de emergencia había entregado 12 camiones de ayuda de donantes internacionales y locales.
Algunos grupos de ayuda y gobiernos donantes dicen que acaban de empezar a entregar la ayuda ellos mismos, después de haber avisado a las autoridades de sus planes.
“Todo es muy lento”, dijo Fiammetta Cappellini, representante en Haití de la Fundación AVSI, un grupo de ayuda internacional. “La actual crisis política tiene un impacto terrible en la respuesta de emergencia. Todo está tardando más de lo habitual, incluidas las decisiones críticas sobre cómo ayudar a la gente. Hay muchas promesas de ayuda, pero en realidad se está haciendo muy poco”.
El terremoto también amenazó con hacer fracasar la respuesta de COVID-19 en Haití, el último país del hemisferio occidental en empezar a vacunar, debido a la necesidad urgente de desviar recursos médicos a las víctimas del terremoto.
Solo unos 21.000 haitianos, de una población de 11 millones, han recibido las vacunas, dijeron funcionarios de la Organización Panamericana de la Salud.
Carissa F. Etienne, directora de la agencia, dijo en una conferencia virtual el miércoles que decenas de hospitales en tres regiones del sur de Haití afectadas por el terremoto habían sido dañados o destruidos, y pidió con urgencia más ayuda internacional.
“En este momento, las necesidades son inmensas en Haití”, dijo Etienne. “Las secuelas del terremoto combinadas con la pandemia de COVID-19 presentan una situación muy desafiante para el pueblo haitiano”.
Personas que trabajan en organismos de ayuda internacional también expresaron preocupación por la abrumadora destrucción de escuelas, que debían reabrir el 7 de septiembre. Solo en una de las tres regiones afectadas, 94 de 255 escuelas fueron destruidas o dañadas, dijo el miércoles Bruno Maes, el representante de Unicef en Haití.
“Será extremadamente difícil para los padres, los maestros y el gobierno lograr que los niños regresen a la escuela de manera segura en solo tres semanas”, dijo Maes.
Históricamente, la presencia del Estado haitiano, endeble y con fondos insuficientes, fuera de la capital ha sido limitada; de hecho, ha subcontratado muchos servicios a organizaciones benéficas y grupos de ayuda internacional. Haití suele recibir el nombre de la república de las oenegés debido a la gran cantidad de organizaciones no gubernamentales que operan en el país, que según algunos críticos han perpetuado su dependencia.
Así que, cuando ocurre un desastre, hay poca infraestructura de apoyo a la que los habitantes puedan recurrir.
Muchos simplemente intentan seguir con sus vidas, en medio de los escombros.
En Toirac, Paulette Toussaint lavó la ropa de sus hijos y la colgó sobre los escombros de su casa destruida. Ruth Milord, la hija de 23 años de Milord, el agricultor, se sentó a jugar una partida de Roma, un juego de mesa local, con amigos y parientes afuera de su casa derrumbada. Como no tenían una mesa, equilibraron una tabla sobre sus rodillas. La universidad, donde estudió agronomía, también colapsó, lo que trastocó sus planes para el futuro.
“Mis padres no tenían dinero para enviarnos a la escuela”, dijo su padre. “No quería que les pasara lo mismo a mis hijos”.
Después de que el terremoto azotara L’Asile, otra ciudad ubicada en una ladera, el jefe de protección civil, Junior Alcendor, movilizó a un grupo de voluntarios y comenzó a desenterrar a las víctimas con las escasas herramientas que tenía a mano. El miércoles, dijo que aún no había recibido suministros adicionales de la capital.
“Hemos sido abandonados por el Estado”, dijo Alcendor.
La mayoría de las casas de L’Asile fueron dañadas o destruidas. El miércoles, las oenegés y los dignatarios locales comenzaron a entregar algunos alimentos y suministros de emergencia a la ciudad, pero las necesidades superan por mucho a las ayudas.
“El pueblo haitiano sigue adelante, debido a su resiliencia”, dijo el reverendo Lucson Siméon, un sacerdote católico de la localidad cuya iglesia, como muchas otras, fue destruida.
“Cuando tienes un Estado débil, te sientes totalmente abandonado. Es como un bebé sin madre”, dijo el sacerdote. “Los haitianos vivimos en un Estado fallido”.
Harold Isaac colaboró con reportería desde Toirac.
Anatoly Kurmanaev es corresponsal radicado en Ciudad de México, desde donde cubre México, Centroamérica y el Caribe para The New York Times. Antes de unirse al buró de México en 2021, pasó ocho años cubriendo temas de Venezuela y la región andina desde Caracas. @akurmanaev