¿Aló? Esta es la línea de ayuda antimachista de Colombia
BOGOTÁ, Colombia — Las llamadas suelen ser urgentes y en tono suplicante. Le pegué a mi esposa. Perdí el control. Estoy celoso y no sé qué hacer …
BOGOTÁ, Colombia — Las llamadas suelen ser urgentes y en tono suplicante.
Le pegué a mi esposa. Perdí el control. Estoy celoso y no sé qué hacer.
Las personas que llaman son jóvenes y viejos, ricos y pobres. Pero todos tienen algo en común: son hombres.
La nueva línea telefónica de ayuda a la que llaman está destinada a combatir la violencia contra las mujeres. Pero en lugar de dirigirlo a las mujeres, pone a los hombres en el centro de la conversación, en un esfuerzo de enseñarles a comprender sus emociones y a controlar sus acciones.
El cambio es sencillo, pero radical. La idea de la Línea Calma, como se le conoce, no solo es evitar la violencia, sino abordar lo que muchos expertos dicen que es una de sus causas fundamentales: el machismo, la creencia a menudo arraigada de que los hombres deben ser dominantes.
Al impulsar a los hombres a analizar el modo en el que esa actitud, a menudo pasada por alto, está perjudicando sus vidas y las de quienes les rodean, el programa pretende formar parte de un profundo cambio cultural, dijo Nicolás Montero, quien dirige la oficina de cultura de Bogotá, que presentó la Línea Calma a principios de septiembre, tras un programa piloto que comenzó el año pasado.
“Imagina un titular de esta sociedad en 20 años”, dijo Montero. “‘El machismo ha quedado erradicado de la geografía nacional’”.
La creación de la línea se produce en un momento en que las mujeres de América Latina exigen cada vez más que la sociedad se desprenda de las normas que las han limitado en el hogar o en el lugar de trabajo, incluso cuando avanzan en la educación superior, los negocios y la política.
En los últimos años, las mujeres, desde México hasta Argentina, han salido a las calles en protestas masivas para pedir la legalización del aborto y reclamar el fin de la violencia que han sufrido, y se han convertido en participantes vocales del movimiento #MeToo.
Un himno feminista, “Un violador en tu camino”, escrito por un colectivo feminista chileno, puso la responsabilidad de la violencia directamente sobre los hombros de los hombres, lo que resonó con las mujeres, que lo interpretaron juntas en espacios públicos de toda la región, y luego del mundo.
“Y la culpa no era mía, ni dónde estaba ni cómo vestía”, corearon decenas de miles de mujeres en plazas y vías públicas desde 2019. “El violador eres tú”.
Es en ese contexto que un número creciente de organizaciones, activistas y legisladores en América Latina están presionando para que los programas hagan que los hombres sean una parte central de la conversación, incluso en medio del escepticismo de que los hombres participen.
En Colombia, donde una mujer es agredida sexualmente cada 34 minutos, según datos del gobierno, los y las estudiantes de universidad han comenzado a organizar talleres sobre “micromachismos”, mientras que organizaciones sin fines de lucro en México, Costa Rica y Brasil ofrecen terapia o cursos centrados en la masculinidad saludable. Algunos gobiernos, además de apoyar la educación de los maltratadores, respaldan ahora clases de paternidad.
Y en toda la región, decenas de colectivos de hombres con nombres como “Manes a la obra” se reúnen ahora con regularidad para discutir su papel en el patriarcado y las diversas formas de ser un hombre.
Muchos de estos programas se basan en el trabajo iniciado por activistas feministas masculinos a principios de la década de 2000.
Mauro A. Vargas Urías, fundador y director de Gendes, una organización mexicana que examina la masculinidad, dijo que el machismo era un sistema “opresivo” y “hegemónico”, pero que podía cambiarse.
“Como es un sistema que aprendimos, lo podríamos desaprender para reaprender”, dijo.
La Línea Calma fue iniciada por el gobierno de Claudia López, que el año pasado se convirtió en la primera mujer y la primera alcaldesa abiertamente gay de Bogotá, una capital relativamente liberal en una nación católica mayoritariamente conservadora. López ha hecho de la lucha contra el machismo parte de su plan de gobierno, y la línea de ayuda, que cuesta a la ciudad de ocho millones de habitantes unos 300.000 dólares al año, es solo una de sus piezas.
Este mes, Bogotá iniciará una escuela para hombres, conocida como “Hombres al cuidado”, destinada a enseñar a los maridos y padres a atender su hogar, sus hijos y sus parejas.
La pregunta para los creadores de estos programas ha sido si los hombres acudirán. Muchos hombres colombianos dicen reconocer la existencia del machismo, pero muchos menos lo ven en ellos mismos.
Pedro Torres, un taxista de 58 años, describió la línea de emergencia como “una buena idea”, pero dijo que dudaba que los hombres llamaran “por pena”. Además, añadió, no estaba seguro de que el servicio fuera necesario.
“El machismo se está acabando hoy en día debido a la liberación femenina”, dijo.
Sin embargo, los hombres llaman a la Línea Calma a un ritmo de una docena al día.
La decena de psicólogos de la línea se sientan lado a lado frente a las computadoras en una pequeña oficina con vistas a la ciudad, con auriculares que enmarcan sus rostros. Algunos acaban de salir de la universidad; todos ellos dominan un tipo de terapia que incorpora y desafía viejos supuestos sobre el género y el poder.
“Yo creía, y otras personas también creían, que no conseguíamos que los hombres autores de violencia nos llamaran a solicitar ayuda”, dijo Daniel Galeano, de 26 años, uno de los psicólogos. “Y algo está pasando, de pronto esos modelos masculinos ya no pasan, ya no coinciden con las relaciones que están teniendo”.
Para el trabajo de los psicólogos es esencial la idea de que el machismo no solo perjudica a las mujeres, sino también a los hombres, al confinarlos a un estrecho conjunto de emociones y roles —los hombres deben ser fuertes, los hombres no pueden fallar, los hombres no pueden llorar— que los deja susceptibles al aislamiento, la violencia y el conflicto social.
El enfoque dominante contra el machismo, que castiga a los abusadores a través el sistema penal cuando cometen algún crimen, no ha sido suficiente, indican los defensores de la línea de atención. Se necesitan con urgencia esfuerzos de prevención y educación, indican.
“Quiero que entiendas que esta línea no tiene sentencia de juzgar por ningún tipo de tema de orientación sexual”, le dijo Galeano a una persona que llamó a la línea hace poco y que tenía dificultades para hablar sobre su rompimiento con otro hombre.
Otro psicólogo, Juan Francisco Valencia, de 28 años, le dijo a otro hombre que llamó: “Lo primero que te tengo que decir es que no puedes controlar esto. Eso es finalmente decisión de ella”. Agregó: “Lo que puedes hacer tú en este caso es pensar en cómo lo vas a manejar”.
Galeano dijo que esta estrategia a menudo consistía en hacer preguntas abiertas que impulsan a las personas a reconocer su responsabilidad.
“¿Qué diría tu pareja si estuviera aquí?”, preguntó.
Casi nunca menciona la palabra machismo, dijo. “Lo curioso es que cuando uno va conversando por ahí, los mismos hombres por lo general son los que traen la palabra”.
La Línea Calma se anuncia en televisión, radio y redes sociales y a través de una miniserie televisiva, Calma, una historia protagonizada por cuatro amigos varones que se apoyan mutuamente mientras lidian con temas de enojo y autocontrol.
“Carlos, las labores de casa son labores normales, como cualquier trabajo”, dice un personaje en el segundo episodio a un hombre cuya esposa le ha pedido que haga más en la casa.
Carlos, de pie frente a un fregadero con un mandil, parece estar a punto de un colapso nervioso y mira fijamente a su amigo.
“Pero, ¿usted lo haría?”.
“¡Claro que lo haría!”, responde el amigo.
Quienes llaman a la Línea Calma son sobre todo hombres cisgénero y con frecuencia acuden a ella porque tienen dificultades con los celos. A veces dicen que tienen problema de custodia de los hijos o están al borde del suicidio. Muchas de las conversaciones están llenas de temor, vergüenza y confusión.
“Creo que me sanó mucho la línea”, dijo Alex Rodríguez, un hombre trans de 31 años, quien llamó este año.
Recuerda decirle a Diana Tiria, su psicóloga: “Yo no quiero ser un hombre, un novio celoso. Yo no quiero ser controlador. Yo no quiero ser posesivo. ¿Qué hago?”.
Los psicólogos de la Línea Calma también invitan a los usuarios a inscribirse a talleres individuales con entre una a 10 sesiones de duración para ayudarles con asuntos mayores.
Una mañana reciente, Tiria, de 26 años y una de los psicólogos de la Línea Calma, encendió su videocámara para empezar un taller con un joven que tenía dificultades para manejar una desilusión amorosa.
Tiria había pasado horas preparándose, investigando los intereses del hombre para hacerle preguntas que tuvieran sentido para él.
“Entonces, inseguridad, que está asociada y que aparece cuando adquieres un compromiso”, le dijo en un momento, repitiendo lo que él acababa de decirle. “¿Crees que eso tiene que ver con el concepto de poder?”.
Luego, hacia el final de la sesión, sonrió a la computadora y saludó con la mano a la cámara. “¡Chócalas!” dijo. “¡Llegábamos al punto!”.
“Ya es un cambio enorme”, añadió. “Y es reconocer e identificar el consentimiento y la voz de ella”.
Julie Turkewitz es jefa del buró de los Andes, que abarca Colombia, Venezuela, Bolivia, Ecuador, Perú, Surinam y Guyana. Antes de mudarse a América del Sur, fue corresponsal de temas nacionales y cubrió el oeste de Estados Unidos. @julieturkewitz